SE IMPONE COMBATIR LA POLARIZACIÓN
- Dr. Ricaurte Losada Valderrama

- 16 oct
- 2 Min. de lectura


Como si no le faltaran problemas al planeta, particularmente a Colombia, la polarización es uno de los más inquietantes, así sea un hecho que ella es natural en el acontecer político, pues de otra manera no habría democracia, pero su control y reducción a su mínima expresión y no su implementación corresponde a todos y, obligatoriamente, a los líderes y a los demócratas. Si no es así, se atenta contra la democracia y contra la misma supervivencia.
También es evidente que la política despierta pasiones y que estas son indispensables para el logro de distintas decisiones y actuaciones propias e indispensables de las democracias, pero lo malo y perjudicial son los extremos que actualmente se viven en Colombia y en varios otros países, al punto de considerar al opositor, no como un demócrata interesado en debatir para el logro de los mejores fines sociales y políticos, sino como un enemigo.
La polarización sin control está asociada a la crisis de liderazgo, pues en la medida en que el líder no es estadista, recurre a la injuria, a sembrar el odio y a calumniar como mecanismo para lograr sus propósitos e intereses y como medio para combatir al opositor.
Además, pareciera que el desarrollo humano debiera ser contrario a las conductas de odio y confrontación, pero resulta no ser así, pues también pareciera que entre más avanza y se desarrolla el ser humano, más odio y confrontación genera. En el caso colombiano hemos estado divididos a partir del mismo grito de independencia cuando nos separamos entre los partidarios del Estado unitario y del Estado federal y es una desgracia tener que reconocer que no hemos encontrado la forma de Estado adecuada en más de 200 años de historia
republicana, pues seguimos padeciendo un exagerado y perjudicial centralismo.
Se impone, en consecuencia, elegir un Congreso cuyos miembros tengan suficiente claridad sobre cómo solucionar los problemas de fondo del país como este creando unos marcos institucionales apropiados para ello y eligiendo un presidente (a) con una visión integral de los problemas nacionales y mundiales que convoque en serio y de verdad a la unidad nacional, que constitucionalmente representa como jefe de Estado y Jefe de Gobierno.

En fin, necesitamos elegir líderes que se propongan contribuir de manera firme y permanente a crear las condiciones para el desarrollo del país. Para conseguirlo es indispensable la unidad nacional, combatiendo la polarización que, aunque es propia de la política, es obligación de los líderes y de la Nación entera, limitarla a mínimos grados, pero en todo caso no consentirla ni permitirla en los extremos en que en la actualidad se encuentra.
En consecuencia, el ejercicio político sano y conveniente debe estar dedicado al servicio del país, de la comunidad y de la gente, con desprendimiento, dedicación y altruismo, despojado de odios y resentimientos, imbuido de altruismo, sin personalismos, con entrega permanente, lo cual supone privaciones y sacrificios. Si condiciones como estas no se tienen por los aspirantes a tener responsabilidades públicas, no se trata de verdaderos líderes. Ojalá que esto sé aplique en las elecciones que se aproximan, no importa que, como lo expresé en una columna anterior, tengamos que buscarlos con la linterna de Diógenes.









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