“Los críticos literarios no han muerto”: Diego Firmiano
- Jorge Acosta
- 14 jul
- 3 Min. de lectura

Bloguero: Alexander Velásquez

Por Diego Firmiano, editor, escritor, crítico literario y director del portal cultural Ojo al Eje
Toda crisis lleva en su seno una señal admonitoria: o se revisan los fundamentos y se da un giro, o se acepta el destino y con él, el fin de un ciclo. Una verdad que puede ser aplicada a una civilización, un proyecto personal, o a lo que menciona Alexander Velásquez, a la Literatura. Por eso es que su título en El Espectador, casi que redactado en el tono de El Grito de Edvard Munch, «La literatura colombiana está en crisis» (ver), pone la cuota para dialogar acerca de ciertos elementos culturales amenazados, sobre los cuales él apunta como un francotirador, y acierta.
Así que, calibrando las ideas, hay tres elementos a observar según la nota periodística mencionada, y junto con ellos, una propuesta para cada una, a saber: que hay un nuevo sujeto lector; posiblemente el crítico haya muerto; y la industria del libro ha sufrido una mutación amorfa.
Sobre lo primero, el público lector que antes era un cuerpo sensible, con un gusto estético formado y ávido de leer, ahora son grupos de fan-ships, que compran libros por sugestión editorial, los leen por inercia (o fuerza grupal), y se casan con un escritor posicionado por el marketing. ¿Ven el giro? Y esto aplica para obras como «Vírgenes y Toxicómanos» de Mario Mendoza, «Los nombres de Feliza» de Juan Gabriel Vásquez, o «El olvido que seremos» de Héctor Abad Faciolince que se convirtió ya en un «Long-seller», y no aplica, por ejemplo, para «La Vorágine» de José Eustasio Rivera, «El día del odio» de José Osorio Lizarazo, o «Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón» de Albalucía Ángel.
Propuesta: Necesitamos comprender qué es y qué no es literatura hoy.

Sobre lo segundo, no es que el crítico literario haya muerto, es que ahora las conversaciones librescas son más soterradas y no hay suficientes medios para demostrar los aciertos o desaciertos de las obras literarias. Es cierto que se comenta en voz baja que se editó mucho «En agosto nos vemos», que «Los abismos» tiene escenas muy flojas y diálogos muy destemplados, o que «Satanás» es un remedo, si acaso no un pastiche, pero de ahí, a publicar esto con fundamento y visibilidad, hay un largo trecho.
Y así es que las editoriales y los medios periodísticos han dejado de contratar a estas «figuras incómodas» que, a decir del bloguero, con su ejercicio apuntan a la vanidad del escritor, y como respuesta obtienen una injuria del mismo autor, impidiendo que sean los mismos lectores quienes defiendan la obra. ¿No sucedió así con la crítica de «El año del sol negro» de Daniel Ferreira, o las balas satíricas de Elsy Rosas Crespo contra el establecimiento literario del país, o la pelea entre Fernando Vallejo y Héctor Abad Faciolince?
Propuesta: Necesitamos un Clemente Manuel Zabala, una Michiko Kakutani, o un Marcel Reich-Ranicki.
Finalmente, las editoriales se han convertido en meras máquinas de impresión. Desde que se descubrió que los libros son un negocio, la literatura dejó de ser importante. Punto. Así que es justo decir, para ser honrado con la verdad, que las grandes marcas editoriales (ahora trust) publican basura, pero la venden como productos transgresores y vanguardistas. ¿Cómo logran esto? Sencillo: recurren a reseñas famélicas de una línea donde un autor, editor o influencer alaba la publicación y la recomienda. Y esta es la tragedia moderna de los libros, pues ante la pregunta de Velásquez, de si «¿Hay más escritores que literatura?», la respuesta es obvia: Sí. Y más que escritores, hoy vemos artistas de la palabra descartables, y no los guillotinan (como sí hacen con los textos), porque pueden necesitarlos más adelante, o reformarlos para que causen escándalos mediáticos y vendan libros.
Propuesta: Es necesario crear comunidades lectoras enfocadas, y no quemar los buenos escritores demandando de ellos libros un libro por año (o dos), cosa que las editoriales explotarían perfectamente.

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