La corte penal internacional. No es una abstracción, sienta precedentes
- Jorge Acosta
- hace 2 días
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Por. Armando Martini Pietri. Medio de comunicación Opinión.
Cuando la justicia llama a la puerta.

En un mundo donde la impunidad transita agazapada y se abriga con traje diplomático, el eco de la justicia internacional parece un murmullo distante. Pero en algunos casos, el susurro se convierte en una investigación formal, seria, responsable y sin retorno. La Corte Penal Internacional, alejada de la propaganda, ha puesto su mirada y pruebas, sobre quienes han hecho de la represión un arte y del silencio institucional política de Estado. La Haya no es una amenaza simbólica, sino una realidad jurídica que, lenta pero segura, empieza a tocar las puertas del poder.
Mientras algunos gobiernos discuten aumentos salariales insuficientes e inauguran obras que solo existen en noticieros oficiales, el proceso judicial avanza, sin alharacas, en causas que pueden cambiar el destino de naciones. Este tribunal, que los autócratas suelen ignorar hasta que los convoca y exige por nombre y apellido, ha demostrado que los crímenes de lesa humanidad no prescriben ni se borran con retórica revolucionaria.
La Corte Penal Internacional no es una abstracción, su historial demuestra que, pese a críticas, ha logrado sentar precedentes irrefutables. En 2012, condenó a Thomas Lubanga, líder congolés, por reclutar niños soldados; en 2016, declaró culpable a Jean-Pierre Bemba por crímenes sexuales en la República Centroafricana. El caso Colombia -donde la CPI supervisa el acuerdo de paz con las FARC- muestra su rol preventivo. Incluso figuras poderosas como el presidente keniano Uhuru Kenyatta enfrentaron cargos, evidenciando que ningún despacho político es un escudo absoluto.

La CPI ya no es un amago ni advertencia teórica. El caso de México -investigado desde 2019 por ejecuciones y torturas durante la «guerra contra el narco»- rompió el mito de que solo actúa contra Estados frágiles. En Venezuela, la apertura de un examen preliminar en 2018 por crímenes de lesa humanidad obligó al régimen a montar una fachada de justicia para evitar mayores consecuencias. Y aunque la Corte aún no ha procesado a líderes latinoamericanos, su mera existencia altera los cálculos de impunidad; militares en Guatemala y Honduras enfrentan presiones inéditas por violaciones de derechos humanos, anticipándose a un eventual escrutinio internacional.
Y no es cualquier denuncia, no es cualquier proceso. Los crímenes bajo análisis no son simples acusaciones vagas y de poca importancia, se trata de ejecuciones extrajudiciales, torturas, violencia sexual, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y más tratos crueles. Lo que en otro tiempo se habría contado como anécdotas del horror dictatorial, hoy se documenta con pruebas, testimonios y expedientes que superan la retórica del imperialismo y el bloqueo.
Las tiranías intentan blindarse con la falsa narrativa del asedio, presentándose como víctimas de una conspiración planetaria, como si Franz Kafka (novelista bohemio y escritor de cuentos) y George Orwell, (seudónimo de Eric Arthur Blair, novelista y periodista británico) hubieran escrito el guion. Pero los magistrados no leen discursos, examinan pruebas. Ignoran maniobras leguleyas y visitas con banderitas. Y cuando comprueban que el Estado no investiga a sus represores, el juzgado actúa.
Sin embargo, las dictaduras se defienden acusando a los denunciantes de títeres, mercenarios, traidores a la Patria y otras perlas del florido diccionario revolucionario. Pero esta vez no basta con el escándalo, no se trata de convencer al votante confundido, sino de enfrentar a una institución que tiene la paciencia de Job y la memoria de Eleuterio, el centinela de la historia

Muchos dudan, dicen que es lenta, lejana e ineficaz. Que su justicia es más simbólica que punitiva. Puede ser. Pero también es cierto que ha puesto tras las rejas a autócratas que se creían intocables. Slobodan Milošević, Charles Taylor, Laurent Gbagbo. Pregunten en Sudán o en Liberia. El tiempo de la impunidad no es infinito y los discursos no sirven de resguardo cuando emergen pruebas irrefutables.
La justicia internacional no tiene ejército, pero posee algo más poderoso, la capacidad de nombrar el crimen, de hacer visible lo negado, de romper el silencio con voz legal. Y en eso radica su fuerza. Aunque no haya celdas disponibles de inmediato, hay algo inevitable, las infracciones y transgresiones están siendo observados, documentados y juzgados por el mundo.
Hay delitos que ni la riqueza, ni los aplausos alquilados, ni las alianzas geopolíticas logran enterrar. Crímenes que vuelven. Como los fantasmas de Shakespeare, regresan para interrumpir los banquetes del poder e importunar las reuniones de conveniencia.
Y cuando esa justicia llama a la puerta -aunque parezca lejana- no llega con arengas. Trae nombres, fechas, cargos y memoria. A veces, también trae esposas.
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