El Desaprendizaje: El Arte Poético de la Sabiduría
- Hector Geager
- hace 5 días
- 3 Min. de lectura


“No hay mayor cárcel que la de una mente cerrada.”
Voltaire
El lenguaje común confunde la sabiduría con la mera acumulación de
conocimiento: una vasta biblioteca de hechos meticulosamente indexados en la
mente. Sin embargo, la verdadera sabiduría, ese nivel más selecto de
comprensión, no se alcanza añadiendo más al corpus intelectual. Es más bien
una ardua peregrinación de sustracción, un proceso deliberado y a menudo
doloroso de desaprendizaje. Es el valiente desmantelamiento de las
arquitecturas cognitivas heredadas, la labor intelectual y emocional de descartar
aquello que, tras una inspección seria, no refleja la estructura verificable de la
realidad. Esta búsqueda exige un sacrificio en el altar del ego, la disposición a
soportar el profundo vértigo de la incertidumbre existencial, a flotar, por un
tiempo, en el inquietante vacío donde alguna vez residieron las falsedades
reconfortantes.
El camino hacia la sabiduría no comienza con una respuesta, sino con una serie
de implacables interrogaciones socráticas dirigidas al interior. Para deshacernos
de las creencias calcificadas acumuladas a lo largo de la vida, debemos manejar
estas preguntas esenciales como el bisturí de un cirujano:
¿Por qué internalicé esta noción? ¿Fue para obtener aprobación,
para evitar conflictos o para calmar un miedo existencial? Como podría
haber argumentado el filósofo Friedrich Nietzsche, muchas creencias
nacen no de la búsqueda de la verdad, sino de una voluntad
subconsciente de poder o de una profunda necesidad de consuelo
psicológico (1).
2. ¿Cuándo comenzó este aprendizaje? ¿Puede rastrearse su origen
en el terreno influenciable y mentalmente débil de la infancia, el fervor
rebelde de la adolescencia o la aceptación acrítica de las normas
culturales en la edad adulta?
3. ¿Cómo se inculcó este concepto? ¿Fue por repetición, por trauma,
por la ósmosis silenciosa de las expectativas sociales o por la voz
autoritaria de una figura de confianza? ¿Quién fue el artífice de esta
creencia? ¿Cuáles eran sus propios prejuicios no examinados, sus
limitaciones, sus intenciones tácitas? Recordemos la alegoría de la
Caverna de Platón, donde la realidad de los prisioneros se construye
mediante figuras invisibles que proyectan sombras sobre una pared, y a
las cuales ellos les dan una existencia mental, no real (2). La sabiduría es
el proceso de recurrir a la fuente de las sombras que construyen nuestras
ignorancias. Es examinar las lógicas de nuestras creencias desde
diferentes puntos de vista y desenterrar los sesgos y las falacias que las
encubren.
¿Qué evidencia empírica sustenta su afirmación de la <verdad>? ¿Resiste el
escrutinio de la lógica, la evidencia y la experiencia vivida? ¿O se desmorona,
persistiendo solo por la inercia de la tradición o la fragilidad de la propia
identidad?

Es a través de esta rigurosa indagación que comienza la deconstrucción de las
creencias. Cada falsedad identificada y descartada es una piedra que se quita
del muro de la ignorancia. No se trata de una erosión pasiva, sino de una
fractura activa: una ruptura deliberada de lo que el ensayista denominó tan
acertadamente «la burbuja de la idiotez». Es un despertar intelectual que
resuena en el alma, donde axiomas incuestionables se revelan repentinamente
en la mesa de reconocimiento.
Para ilustrarlo, pensemos en la historia de un brillante cartógrafo medieval que
dedicó toda su vida a cartografiar meticulosamente una Tierra plana, añadiendo
detalles cada vez más complejos a sus mapas: serpientes en los bordes,
intrincados patrones de viento y distancias precisas entre ciudades. Se creía un
maestro en su oficio, con un vasto conocimiento. Sin embargo, la sabiduría no
llega cuando dibuja otro monstruo marino. Llega en el momento en que se le
presenta la irrefutable curvatura esférica del horizonte desde la cofa de un barco.
La verdadera maestría ahora no reside en añadir a sus viejos mapas, sino en
tener el coraje de quemarlos y comenzar de nuevo en un globo terráqueo. Este
acto de valiente desaprendizaje —esta aceptación de una realidad nueva, más
vasta y humilde— es el primer paso, y el más esencial, en el camino hacia la
sabiduría. Es aquí, en las cenizas de la certeza abandonada, donde se reaviva
la curiosidad y puede comenzar verdaderamente el auténtico viaje hacia la (la verdadera sabiduría).
Notas
1. Esto se basa en el concepto de perspectivismo de Nietzsche y su crítica a la
moral tradicional en obras como “Más Allá del Bien y del Mal,” sugiriendo que
muchas creencias cumplen funciones de preservación de la vida o de búsqueda
de poder, más que puramente epistemológicas.
2. Una referencia a la “República” de Platón, Libro VII. “La Alegoría de la
Cueva” sirve como una poderosa metáfora de la iluminación, que exige rechazar
una realidad cómoda pero falsa (las sombras) en busca de una más verdadera,
aunque inicialmente desorientadora, confusa (el mundo fuera de la caverna).
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