Cuando pensamos en justicia, es inevitable no evocar la mitología griega, rememorando a la diosa del orden, la ley, el derecho y la justicia, TEMIS, la hermosa deidad con la venda en sus ojos como símbolo de imparcialidad garante de la igualdad ante la ley, con la balanza en su mano izquierda personificando la equidad y la proporcionalidad, con la espada en su mano derecha demostrando la capacidad de dominación para imponer las decisiones que profiere, el libro bajo sus pies descalzos representando que cada paso de la justicia debe que estar sujeto a la ley y accesible a quien la requiera, su pie izquierdo pisando la serpiente ilustrando como la justicia debe prevalecer sobre todas las injusticias.
Pero más allá de la personificación mítica de la perfección sobre el ideal romántico de justicia, para nadie es un secreto que vivimos en un mundo en decadencia, por ello es necesario hacer un alto en el camino para poder analizar en qué momento de nuestra historia la diosa de la justicia sobre la cual eran invocados en su honor todos los juramentos, dejó de pronunciar sus más sabios dikes o thermitas, para convertirse en una diosa enmudecida.
La diosa con la venda en sus ojos enmudeció para convertirse en la esclava pisoteada, desdeñada, arrinconada, mordida, e infectada por el veneno de la serpiente de las injusticias. Diosa herida y ahora muda ante la arbitrariedad, la corrupción, la indolencia y la inequidad, con ese silencio cómplice, estridente ensordecedor que alimenta poco a poco el peligroso gigante enemigo del desconsuelo colectivo.
La crisis de la justicia es un flagelo que nos afecta a todos, la desconfianza en las autoridades, el miedo, la inseguridad, y la desigualdad en la aplicación de la ley han despertado lamentablemente los comportamientos más irracionales, arcaicos y primitivos como la venganza y la justicia por mano propia, siendo un síntoma irrefutable de degradación social.
La venganza, ese perverso sentimiento impuro de autosatisfacción del verdugo, con la falsa creencia de ostentar el poder para castigar de manera cruel y despiadada al que se ha equivocado, y la justicia por mano propia, en donde los individuos motivados por el odio y la ira deciden tomar la justicia por sus manos aplicando el castigo con dolor que creen que la persona merece recibir, generándose así un clima de caos y violencia, siendo la prueba incuestionable del resultado de un estado fallido, por el caos de un total desgobierno con incapacidad absoluta para gobernar.
No podemos seguir permitiendo la deshumanización del individuo, es verdad que debemos rechazar de forma vehemente las injusticias, pero también debemos condenar las vías de hecho de violencia privada, no podemos aceptar ni mucho menos normalizar los linchamientos, la retaliación, la humillación, el escarnio público, la imposición de vejámenes al punto de someter a la persona a los más ruines actos deshonrosos.
No es posible que después del largo recorrido de luchas sociales para el reconocimiento de los derechos y garantías constitucionales de los ciudadanos, retrocedamos tolerando semejantes prácticas tan bárbaras e inhumanas, sin que merezca la censura y un reproche social al unísono.
Los antivalores sirven la orden del día, la descomposición familiar es ahora un plato que se come frío, las cifras de impunidad son desalentadoras, el crimen organizado va en aumento debido a que el delincuente ya no le teme a la justicia, gracias en gran medida a la benevolencia de un estado que es malo con los buenos y bueno con los malos, fuerte con los débiles y débil con los fuertes.
Un estado rendido, arrodillado, que demuestra su evidente y visible limitación e incapacidad para impartir autoridad, en donde sin pudor alguno en un acto servil decidió entregar las banderas, premiando a los delincuentes e ignorando y tratando con desidia a la clase trabajadora.
Aunque tenemos un estado opresor, frío e indiferente con aquellos que sí hacen patria, como lo son los miles de hombres y mujeres que luchan día a día por cumplir sus sueños y mejorar su calidad de vida, soy una convencida que pese al panorama vislumbrado, los buenos somos la mayoría y por eso nosotros como sociedad debemos expresar nuestras opiniones y denunciar nuestros inconformismos cuando sentimos que el estado ha fallado en garantizar su funcionamiento normal y cuando demuestra una absoluta inoperancia en la satisfacción de las necesidades del pueblo.
Pero esas manifestaciones deben hacerse desde la libertad, la legalidad, con el respeto irrestricto a la dignidad humana, debemos volver a entender la justicia como en palabras de los griegos “equilibrar las cargas” o como bien lo definió Aristóteles “A cada cual lo suyo” o como lo ha dicho hasta la saciedad nuestro alto tribunal constitucional
“Virtud que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde”.
Muy acertado resumen de la realidad nacional, y aporta recomendaciónes muy valederas. Efectivamente en nuestro PAÍS, los BUENOS SOMOS MAS.