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No habrá una guerra de extinción de la humanidad, habrá una guerra contra todos los principios que defienden los seres humanos.

  • Foto del escritor: Araceli Aguilar  Salgado
    Araceli Aguilar Salgado
  • 23 jun
  • 3 Min. de lectura

Crisis de gobernanza global: la confrontación Estados Unidos–Irán y sus efectos sistémicos


"La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz." Thomas Mann


El conflicto entre Estados Unidos e Irán, reactivado con renovada intensidad tras los recientes ataques estadounidenses a instalaciones nucleares iraníes, no representa una mera escalada coyuntural. Se trata, más bien, del colapso de una arquitectura de contención construida durante décadas con hilos de tensión, sanciones, retórica confrontativa y tímidos intentos de distensión. Lo que parecía una línea roja inquebrantable —la imposibilidad de un enfrentamiento militar directo— ha sido definitivamente cruzada. El mundo observa ahora, entre el estupor y la alarma, cómo dos potencias antagónicas reconfiguran no solo su propia relación, sino también los frágiles equilibrios de poder del sistema internacional.


Un parteaguas histórico


Durante más de cuatro décadas, la relación entre ambos países ha sido una constante pugna simbólica, marcada por gestos de fuerza, rupturas diplomáticas y acciones encubiertas. Sin embargo, Estados Unidos nunca había lanzado un ataque aéreo directo a territorio iraní desde la revolución de 1979. El uso de bombarderos furtivos B-2 y municiones antibúnker para destruir instalaciones clave en Fordow, Natanz e Isfahán marca un antes y un después. Esta operación, celebrada por la administración Trump como una victoria estratégica, ha sido leída por Irán como una declaración de guerra.


La gravedad del momento reside no solo en la dimensión militar de los ataques, sino en sus connotaciones políticas: la sugerencia explícita de un cambio de régimen en Teherán, la ruptura definitiva del canal diplomático y la creciente presión sobre el líder supremo iraní para responder con firmeza. La frase atribuida a un vocero militar iraní, “Trump inició la guerra, los iraníes serán los que la terminen”, encierra una narrativa de resistencia que puede detonar una espiral difícil de contener.


La fragilidad del orden internacional

El conflicto entre ambos países revela, con crudeza, la fragilidad del sistema multilateral. La ONU ha sido desplazada como foro legítimo de solución, mientras que actores clave como la Unión Europea, el Reino Unido y potencias del Golfo intentan contener la crisis con llamados a la moderación que parecen cada vez más irrelevantes ante el lenguaje de los misiles.


La tensión en torno al estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% del petróleo marítimo mundial, demuestra cuán interdependiente es la economía global y lo peligrosamente expuesta que está ante choques geopolíticos. Un cierre de esta vía elevaría los precios de la energía, impulsaría la inflación y afectaría tanto a potencias como China y la Unión Europea como a países en desarrollo.


Además, la posibilidad de que Irán —presionado por la humillación estratégica— acelere su programa nuclear plantea un dilema trágico: la guerra preventiva puede terminar alimentando justo aquello que pretendía evitar. En este sentido, el conflicto reactualiza los errores de Irak en 2003 y de Libia en 2011, donde el cambio de régimen no trajo estabilidad, sino fragmentación y sufrimiento prolongado.


¿Qué le espera al mundo?

En el corto plazo, el mundo se enfrenta a un riesgo real de conflagración regional. Si Irán responde militarmente contra bases estadounidenses, aliados como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos o incluso Israel podrían ser arrastrados a un conflicto más amplio. Por otro lado, si decide bloquear el estrecho de Ormuz, la respuesta militar de Occidente sería inmediata, en defensa de sus intereses energéticos. En cualquier escenario, la población civil —en Irán, en Irak, en el Líbano, en Israel— pagará el precio de decisiones tomadas desde esferas geopolíticas desconectadas del sufrimiento humano.


A mediano y largo plazo, lo que está en juego es el propio equilibrio del orden internacional. Si la guerra se impone como herramienta legítima para resolver tensiones, si los acuerdos multilaterales son reemplazados por la lógica del castigo, si la diplomacia se convierte en una fachada estratégica, entonces el mundo entra en una fase de creciente inestabilidad. El precedente sentado por estos ataques podría alentar acciones similares por parte de otras potencias, debilitando aún más las normas que rigen la convivencia internacional.


No hay paz sin justicia, ni estabilidad sin respeto mutuo. El conflicto entre Estados Unidos e Irán no es solo una pugna de soberanías: es un espejo de nuestras fallas colectivas, de una comunidad internacional incapaz de construir puentes duraderos. La historia juzgará no solo a quienes empuñaron las armas, sino a quienes guardaron silencio, a quienes confundieron la diplomacia con imposición, y a quienes prefirieron la superioridad moral en lugar del entendimiento.

Hoy más que nunca, necesitamos liderazgos valientes, capaces de mirar más allá del orgullo nacional y del cálculo electoral. Porque el futuro del mundo no puede decidirse entre búnkeres y bombarderos, sino entre ideas, dignidad y diálogo.


"La paz no puede mantenerse por la fuerza; solo puede lograrse por medio del entendimiento." Albert Einstein

 
 
 

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